No puedo entender cómo hay quien dice que la música demasiado alta le molesta. A ver, que yo, si me pongo los cascos y subo el volumen demasiado acabaré con dolor de cabeza en menos que canta un gallo y además muy bueno para los tímpanos no debe ser… pero yo no hablo de eso, hablo de estar de fiesta, con los amigos, y tener al típico pesado al lado que va pidiendo que bajen el volumen de los altavoces.
Hace un par de semanas pinché en una fiesta ibicenca, ya de las últimas del verano, y había un matrimonio, pijo que te mueres, que no paraba de pedirme que bajara el volumen de la música. Que digo yo que si ves que todo el mundo se lo está pasando genial y tú eres el único al que le molesta, lo normal es largarte y dejar en paz al resto del personal ¿no? Pues no, parece ser que para este matrimonio era mucho pedir, así que no paraban de venir a la cabina a pedirme, educadamente eso sí, que bajara un poco el volumen.
Al principio les daba largas y luego ya los mandé a hablar con la organización porque me tenían hasta la coronilla. En cuanto vino el que manejaba ahí todo el cotarro y me dio vía libre para seguir con lo mío peté los altavoces y la gente se volvió loca, gritando y saltando. Parecían pulguitas vestidas de blanco moviendo la cabeza como locos. Además, ya me había fijado en que la instalación tenía este tipo de altavoces Celestion, una pasada, que los conozco muy bien y sé que aguantan sin distorsionar un huevo, así que pegué el pelotazo y continuó la fiesta.
La ley marca los decibelios
Lógicamente, si estuviera en un restaurante intentando hablar con mis acompañantes entendería las quejas por la música, pero no en una fiesta donde la media de edad estaba en los 28 años y el 99% de los invitados estaban bailando, bebiendo y pasándoselo en grande.
Al final, como es normal, el matrimonio se acabó largando, pero les costó bastante pillar la indirecta de que eran ellos los que molestaban y no mi música. Luego me enteré de que eran unos pastosos que están acostumbrados a que todo el mundo haga lo que ellos piden y por eso no dejaban de repetirme lo mismo… igual se pensaban que es que no los escuchaba bien o que no sabía quiénes eran. Y en parte tenían razón, pero ahora que lo sé me sigue dando igual.
Por ley, podemos poner la música hasta que los decibelios rocen el máximo regulado en las ordenanzas municipales y os puedo asegurar que fuera del recinto no se superaban ni de coña, más que nada porque habían hectáreas de terreno a nuestro alrededor que eran propiedad del dueño del local y la medición solo se podría hacer desde la carretera, donde casi no llegaba ya sonido.
Eso significa que no nos podían decir nada, y mucho menos unos invitados que venían, supuestamente, a disfrutar de la música. Alucinante.